[PERSONAS]. Por Ana Sofía Romagnoli

I.  Alfonso




Alfonso se sienta en la banqueta que hizo hace más de diez años con maderas que guardó de un ropero viejo. Las pintó de turquesa y con un par de clavos, se hizo ese asiento que lo sostiene todas las mañanas en la puerta de su casa. Qué simpática es la banqueta de Alfonso.
Él madruga y pone la pava en el fuego. Mientras, se lava la cara y la barba, medio blanca, medio gris. Cuando se mira en el espejo ya oxidado, esa tez rojiza le recuerda a los días de su juventud, allá en Misiones. La tierra colorada, la calidez de su gente.
Alfonso se ata los pantalones celestes gastados con una cuerdita y usa chancletas de cuero marrón. Sale a la puerta con la pava y su mate de palo santo. Y con la camisa desabrochada de dos botones se toma 'unos verdes' en su banquito. Él sabe que entre las 8:30 y las 11 da el sol a la perfección.
Alfonso no se peina. Nadie sabe por qué. Pero se recorta los pelitos de la nariz. (¡Eso nadie lo sabe!).
Tiene 62 años y es algo petiso. Tiene pancita y manos gruesas, curtidas por el trabajo en su establo.
El pasado de Alfonso es algo misterioso. Se sabe que tuvo un amor y que a veces la extraña mucho. Jacinta ya no está más.
Sonríe y habla poco. Cuando lo hace, contagia.
Es un buen hombre Alfonso.

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